domingo, 11 de junio de 2017

Shanghai... por Víctor Fernández Correas

Nuestro gran Amigo Víctor Fernández Correas, estupendo escritor (La conspiración de Yuste y La Tribu Maldita) y mejor persona, ha estado por Shanghai. Haciendo un hueco en sus próximos proyectos nos ha preparado este pequeño relato-crónica sobre la ciudad, que se come y que se cuece, asa o lo que se tercie. Aquí lo tenéis:

— ¿Y dice usted que ha estado en Shangai?
— Schanjai. Se pronuncia Schan-jai, que quiere decir la ciudad del mar. Que por poco no lo cuenta, vamos.
— ¿Es para tanto la cosa?
— Cuatro metros sobre el nivel del mar. Le diré…
— Bueno, no desviemos la atención. ¿Y es bonito aquello?

Sí, lo es. De día y de noche. Impresionante, vayas por donde vayas. Una urbe futurista, con más de 2.000 rascacielos que, cuando cae la noche, transportan a uno a esos grandes clásicos de ciencia ficción. ¿Quién no recuerda el comienzo de ‘Blade Runner’, la joya de Ridley Scott? Los Ángeles, 2019. Esa sensación. Luces por doquier, carteles, edificios. Luz, luz, luz. Eso es Shanghai. 

Verdaderos tapices luminosos que se pueden observar desde el Bund, la zona más representativa de ese viejo Shanghai colonial de finales del siglo XIX y comienzos del XX; o en Nanjing Road, ciudad por la que cada día se dejan ver cerca de dos millones de personas. Luz, luz. Siempre luz. 

Y, en cuanto se escarba, en cuanto uno se aleja de los rascacielos y callejea sin orden ni concierto, se sumerge en la China tradicional, en una cultura que choca y absorbe. Es entonces cuando descubres parques que los del lugar aprovechan para marcarse unos bailes, para practicar ejercicio o, por qué no, para emparejar a los solteros, que de todo hay; cuando pones los pies en templos donde sólo se respira silencio. Sorprendente cuando, echas un vistazo alrededor, y los rascacielos están ahí, no se han marchado. Y 24 millones de habitantes hacen ruido, mucho ruido. Pues no, nada. Ni el vuelo de una mosca; cuando recorres calles que saben, que huelen, que entran por los ojos. Calles colmadas de casas con tejados de factura tradicional, verdaderos laberintos sin apenas más indicadores occidentales que los nombres de franquicias o restaurantes de comida rápida cuando los hay. Una deliciosa tortura que hay que experimentar para saborear de verdad esta ciudad.

— Ya, ¿y comer?
— Pues eso. Olores y sabores. De todo tipo. Unos más agradables que otros. Infinidad de puestos callejeros en los que se puede comprar todo tipo de alimentos: desde carne hasta sopas pasando por fritos, pescados, aves y dulces. Luego, lo que siempre llama la atención, aquellas cosas que nunca sospecharías que se pudieran comer. Y se comen, porque están expuestas a la vista de todos: sapos en su salsa o fritos, culebras asadas y adobadas, hornos para calentar huevos en una masa de cenizas cuyo olor, literalmente, revienta hasta el olfato más duro. Sin contar la parte más exótica, que siempre la hay, en forma de insectos. De todo: arañas, escorpiones, alacranes, estrellas de mar, orugas… Ensartados cual pinchos morunos y pasados por la freidora durante unos segundos, a los que luego se añade un punto de sal.
— ¿Y a usted le dio por probar algo de todo eso?
— Mejor corramos un tupido velo.
— O sea, que sí.
— El velo, el velo.

Una cocina de sabores intensos y picantes, de texturas diferentes, de formas caprichosas que, a simple vista, ofrecen una opinión distinta a la final, una vez el producto está en la boca. Salvo el pescado, que es malo y de escasa calidad, y que se sirve enmascarado para tapar un sabor para nada agradable -a modo de ejemplo, una suerte de pez rebozado y recubierto de salsa agridulce hasta decir basta-. Porque las aguas del río que culebrea por Shanghai no ofrecen la suficiente confianza como para atreverse a probar sus capturas tan alegremente. 

En conclusión, una cocina que para nada se parece a lo que se estila por aquí cuando se habla de comida china. Te gusta o no, pero nunca te deja indiferente. Y si no, a falta de pan, buenas son tortas. Es decir, los mismos restaurantes de cocina rápida que tenemos por aquí y que se pueden encontrar en lugares concretos de la ciudad. Porque quien quiera pasar hambre en Shanghai, desde luego, es porque quiere.

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